A
diferencia del Imperio Romano de Occidente, el de Oriente (Imperio bizantino)
logró sobrevivir casi un milenio más. Su grandeza se debió a la riqueza de sus
territorios, su bien organizado ejército y su ubicación estratégica.
Del esplendor a la decadencia
Desde la caída de Roma, los emperadores bizantinos deseaban reunificar los territorios del Imperio romano y recuperar su grandeza. Bajo el gobierno de Justiniano I (527-565), el Imperio bizantino alcanzó su máximo esplendor. Con la ayuda de sus generales, Justiniano recuperó Italia, el norte de África y el sur de la península ibérica. Finalizadas las conquistas, Justiniano emprendió la reforma del Estado bizantino: reorganizó la administración central, recopiló las leyes romanas desde la época del emperador Adriano, mejoró la situación de la hacienda pública y la recaudación de impuestos, y embelleció la ciudad de Constantinopla, capital del imperio